La mañana avanzaba mientras la gente
iba y venía por la ciudad de la Habana. Toda Cuba era un hervidero. Aún
estaban calientes los escombros de los bombardeos a los aeropuertos de
Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba, pero el
pueblo, lejos de enterrar a sus muertos sumido en el dolor, vestía de
fusiles y milicias.
La invasión se venía anunciando no solo
en ese hecho. Atentados como el que había sufrido la tienda El Encanto,
en la capital, eran claros indicios de que el enemigo no iba a perdonar
la osadía de edificar un país al margen de lo designios imperiales.
Pero
la respuesta fue igualmente clara. Las organizaciones sindicales, las
mujeres, agrupadas ya en la Federación de Mujeres Cubanas, la Asociación
de Jóvenes Rebeldes, los cubanos todos, hicieron crecer en número al
ejército de barbudos que había bajado victorioso de la Sierra Maestra y
lo multiplicaron en las Milicias Nacionales Revolucionarias para
defender cada palmo de tierra.El mudo respeto con el que acompañaron el cortejo fúnebre de los caídos en los bombardeos del 15 de abril, se convirtió pronto en canto de libertad, de esperanza y de victoria; en voz firme para denunciar la mano de Estados Unidos tras los ataques.
El 16 de abril de 1961, cuando la invasión mercenaria puso a prueba el amor a la Patria y la decisión de continuar adelante con la Revolución, el pueblo selló con aplausos el compromiso de dar por ella hasta la última gota de sangre. Y en supremo acto de rebeldía, definió, junto a Fidel, el camino del Socialismo que habría de tomar a pesar de tempestades y agresiones.
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