En Cuba solo ha habido una Revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868 y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes, proclamó el Comandante en Jefe, Fidel Castro, en ocasión del centenario de aquel histórico levantamiento ocurrido en La Demajagua y protagonizado por el Padre de la patria.
De ahí la legitimidad de aquel acontecimiento que llega hasta nuestros días con el hito multiplicado de cambios, perfeccionamiento, profundización, unidad y fiel apego a la independencia y la soberanía.
No por casualidad el compañero Fidel al referirse a la esencia del 10 de octubre preconizó como fundamental la libertad a loa esclavos, mientras que la Revolución del 59 tenía como cuestión elemental la obligación de liberar las riquezas del monopolio de una minoría que las explotaba en beneficio de su provecho exclusivo.
No en balde la insurrección del 68 fue el motor impulsor que transmitió la suficiente energía a los posteriores levantamientos de Oriente, Camagüey y Las Villas, que trataron de dar carácter nacional a la lucha armada.
El alzamiento de la Demajagua posibilitó, por primera vez, que blancos y negros compartieran ideales y sacrificios, que cientos y miles de esclavos fueran liberados por sus propios amos o por los patriotas insurrectos.
Para la Revolución Cubana de 1959 era menester imprescindible liberar a la sociedad del monopolio de una riqueza en virtud de la cual una minoría explotaba al hombre. Demostraba la continuidad revolucionaria, de un proyecto que debía hacerse con todos y para el bien de todos.
El grito de ¡Viva Cuba Libre! y la bandera enarbolada en esa fecha constituyen, sin duda, el ¡Patria o Muerte! de estos tiempos, cuando la enseña nacional de la estrella solitaria ondea más alto, como sinónimo de libertad, soberanía e independencia, todo gracias a la genuina Revolución.
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