Por Iroel Sánchez
El lunes 14 de enero medios de comunicación de todo el mundo centraron su
mirada en Cuba. Los cambios anunciados por el gobierno cubano en la política
migratoria entraron en vigor este día y lo que ha venido ocurriendo como un
proceso de flexibilización creciente -según fuentes oficiales, el 99,4% de
quienes solicitaron salir de la
Isla en los últimos doce años pudieron hacerlo- tomó forma
definitiva con la eliminación del llamado “permiso de salida”, la ampliación
del tiempo para permanecer en el exterior sin necesidad de trámites y la
flexibilización de las regulaciones para la relación con su país de origen de
aquellos que emigraron anteriormente.
Corren ríos de tinta y muchos millones de bits en Internet
llamando la atención sobre el hecho de que, a partir de este día, los cubanos
pueden viajar libremente a cualquier país del mundo, con el único requisito de
que aquel les otorgue visa. A pocos sorprende que el gobierno cubano no
implemente ningún requerimiento adicional para viajar a Estados Unidos, desde
cuyo territorio se han organizado actos terroristas que han costado la vida a
miles de cubanos, se implementa un programa para estimular la deserción de
profesionales de la salud formados en
Cuba, se destinan más de veinte millones de dólares al año para el
financiamiento de grupos que operan al interior de la Isla en función de la
política estadounidense de “cambio de régimen” y se impone un bloqueo económico
que ha concitado durante décadas el
rechazo abrumador de la comunidad internacional, incluyendo los propios aliados
de Washington.
Mucho menos los que manejan la “lupa inmensa” para magnificar lo que ocurre en Cuba “cada
vez que conviene a los intereses enemigos”, como dijera el escritor uruguayo
Eduardo Galeano, se detienen ante la evidencia de que con la nueva política
migratoria implementada por las autoridades cubanas Estados Unidos quedará como
el único país de toda América que limita los viajes de sus ciudadanos, quienes
tienen prohibido viajar a la isla caribeña.
Mientras la industria mediática pregunta al “disidente” tal
o más cual –destinatario de los onerosos fondos que EE.UU. presupuesta para
subvertir el orden constitucional cubano- su opinión sobre las nuevas
regulaciones migratorias, nadie habla con los cientos de millones de
norteamericanos que tienen prohibido ir a Cuba. Tampoco se dice que a los pocos
autorizados a hacerlo, el Departamento
del Tesoro de EE.UU. les exige un plan detallado de cada viaje a la Isla, con la inclusión en cada grupo de viajeros de
una persona con funciones de vigilancia y que en el caso de ser profesores
universitarios contraen la obligación de ser interrogados por abogados de la
universidad antes y después del viaje, además de la firma de una declaración
jurada. Para colmo, todo ciudadano norteamericano que luego de cumplir con esos
requisitos logre poner un pie en Cuba está sujeto a unos límites de gasto
diario y tiene prohibido regresar a su país con cualquier souvenir cubano,
aunque sea un simple tabaco.
Los grandes medios no entrevistarán a uno sólo de los
estadounidenses cuyos derechos constitucionales de viajar a Cuba son
violados, ni desplegarán el titular que
bajo las reglas del periodismo -el clásico hombre que mordió al perro- deberían
publicar: “EE.UU. único país de América que limita los viajes de sus
ciudadanos”, porque como diría Galeano,
en situaciones como estas “la lupa se distrae y no alcanza ver otras cosas importantes
y que los medios de comunicación no hacen por informar”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario