Por Carlos G. González Ruiz
Rebelde desde que apenas adolescente supo desentrañar a la
sociedad capitalista y denunciar sus consecuencias nefastas para el ser humano.
Revolucionario cabal cuando a partir de su ingreso a la universidad se hizo el
propósito de acabar de una vez y por todas con esa sociedad corrupta,
entreguista y explotadora.
Absuelto por la historia cuando ante el tribunal que lo
juzgó por los sucesos del Moncada, trazó un programa que se hizo realidad a
partir de enero de 1959 con la
Revolución victoriosa que echó a un lado la ignominia para
traer decoro, libertad y justicia.
Transcurre el tiempo y al paso de sus más de ocho décadas
nada más ejemplar que su conducta llena de apego, solidaridad, entrega a las
causas más nobles, denuncia, sabiduría y brote de ideas justas como un
manantial inagotable al servicio de la humanidad.
Siempre al decir “nuestro” Comandante en Jefe, ha sido como
la raíz misma de una nación, cual planta resplandece gracias a su fortaleza
inigualable, que la hace cada vez más robusta, tal Caguairán erguido y con
pretensiones de seguir siendo lo que es.
Y cada día su ejemplo se multiplica en los cubanos dignos
que siempre lo han seguido sin vacilaciones, porque como muchos dicen es un
pueblo de fidelistas que él ha sabido cultivar a golpe de audacia, pasión,
entrega y devoción por una obra que se hace con todos y para el bien de todos.
El Fidel nuestro de cada día está en todas partes, en el
llamado por hacer más, por fortalecer la Revolución, por seguir adelante cada vez más
unidos y prósperos. En sus fecundas ideas que enaltecen una causa justa y
convocan a proseguir el camino emprendido sin titubeos y con un rumbo bien
definido.
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