Para José Martí Patria y
palmeras blancas, abiertas y sonando a la brisa matutina, se confundían en un
solo cuerpo luminoso, arrastrador. Se sentía atraído con gran violencia, tanto
por su Patria políticamente opresa como por el paisaje delicioso que la centraba,
fijado en su niñez de pupilas absortas ya para siempre vencidas por el monte
mágico. Es de notar que en la carta escrita a su madre, a los nueve años de
edad, desde Hanábana, el primer elemento de paisaje que nombra es
"río", un río crecido.
En sus campañas revolucionarias por la América toda, las
alusiones al paisaje cubano, en medio de sus prédicas guerreras, surgían
fascinantes, llenando de nostalgia a los cubanos expatriados, tocados por el
verbo martiano que hacía como vibrar en las mudas salas las pencas de las
palmas y los finos ramos, rumorosos, del rojo ateje y la baría blanca.
En su añoro al paisaje isleño Martí llegó
a un extremo delirante. En unos versos muy ardientes escritos en su exilio, se
expresaba:
¡Sólo las flores del paterno prado/
tienen olor! ¡Sólo las ceibas patrias/ del sol amparan!
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