Giros aceptados, reza el mensaje en clave enviado por Juan
Gualberto Gómez a José Martí. Era el primer domingo de carnaval, del día 24 de
febrero de 1895; la revolución iniciada en el 68 renacía con renovada confianza
en la victoria. Comenzaba la guerra que ayudaron a preparar los tabaqueros de
la emigración y los heroicos mambises.
Se confirmaba la guerra delineada por el Apóstol en íntima
comunicación con los generales Gómez y Maceo, la batalla suprema que devino en el decenio
por la definitiva libertad e independencia de la Isla.
Era, sin duda, la continuación de la revolución iniciada por
Céspedes en Yara, por lo que en el Manifiesto dado a conocer el 25 de marzo del
95 en Montecristi y firmado por Martí y Gómez, se anunciara al mundo la causa
que inspiraba al pueblo de Cuba a declararle la guerra al gobierno español, y
el carácter y finalidad de la lucha.
Reiniciarla significaba continuar por el camino trazado sin
miramientos y con la disposición de proseguir una contienda que supondría
libertad o muerte, victoria o seguimiento incondicional hacia la verdadera
soberanía.
Fue, sin duda, la guerra del 95, el motor impulsor de lo que
vendría después, no importa el tiempo, sino la continuidad histórica de la Revolución Cubana
cuyo triunfo definitivo se hizo realidad el primer día de enero de 1959.
A más de un siglo de aquella gesta, una única decisión irrevocable
convoca a los cubanos dignos: la defensa de la independencia y la soberanía de
la patria al precio que sea necesario.
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