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La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida

Alicia, Mónica y Déborah fueron sus nombres en la lucha clandestina, y Mariela, fue la mujer que subió a la Sierra. Todos esos pseudónimos protegieron la identidad de Vilma Lucila Espín Guillois, durante aquellos años en que la joven comprendió que prefería caminar en la fila de los indignados a permanecer ajena, viendo como su país mudaba de tiranos sin alcanzar la libertad.

Ya desde pequeña, Vilma —quien había nacido el 7 de abril de 1930 en Santiago de ­—, sobresalía por su insaciable curiosidad, inteligencia y dedicación al estudio.
Las Matemáticas, la Física y la Química eran sus materias favoritas, junto a la Historia de Cuba, asignatura que ocupaba un lugar de preferencia. Años después, Vilma pasaría a formar parte de ella, como una de las piezas claves en la historia de la Revolución y en la gesta previa al triunfo del primero de enero.

Y no podía ser de otra forma, a juzgar por su admiración hacia la intransigencia de Maceo, el ejemplo de Mella, y el anhelo de convivir en una Cuba donde el origen social, racial o religioso no constituyeran barreras.

Junto a las ansias de lectura y conocimiento, destacan los deseos de interactuar con la naturaleza: mantener la mente activa, pero también el cuerpo. Las fotografías de la época muestran a una jovencita que lo mismo usa un traje de ballet que el uniforme de su equipo de voleibol, del cual será capitana durante su paso por la Universidad de Oriente.

Pero, quizá, lo más llamativo de las viejas instantáneas no sea apreciar su versatilidad ni su esbelta figura, sino su franca sonrisa, esa que se empeña en mostrar a las cámaras, y que dibuja toda su generosidad y sencillez.

a etapa de estudiante universitaria constituye el preludio del desarrollo de sus ideas políticas. En esa época comienzan a resaltar sus dotes de dirigente —según consta en los li­bros—, por su poder de comunicación y persuasión y las acciones por unir y organizar al estudiantado.

Cuando el 10 de marzo de 1952 el país se agita ante el golpe de Estado de Fulgencio Batista al gobierno de Carlos Prío, Vilma no dudará en manifestar, junto a los profesores y compañeros más progresistas, todo tipo de demostraciones para expresar su rechazo. Es entonces cuando ingresa a las filas del Mo­vimiento Nacional Revolucionario (MNR), el cual era dirigido en Santiago de Cuba por Frank País.

Los sucesos del asalto al Cuartel Moncada y el alegato de defensa La Historia me Ab­sol­verá, de Fidel, dejan una huella profunda en su persona e impulsan la radicalización del pensamiento revolucionario, razón por la que no vacila en incorporarse al Movimiento 26 de Julio, del cual Frank País la nombró posteriormente coordinadora provincial, gracias a las cualidades de líder que percibía en la joven.

Mientras tanto, Vilma había culminado sus estudios universitarios, siendo una de las dos primeras mujeres en Cuba en graduarse como ingeniera química industrial, en julio de 1954. Pero no habría tiempo para ejercer su profesión pues otras labores que considera de mayor importancia requieren de todo su empeño.

Debido al aumento de los riesgos que corría en la ciudad de Santiago, dada su condición de coordinadora del Movimiento 26 de Julio en el territorio, marcha a la Sierra Maestra, donde se convierte en la legendaria guerrillera del Segundo Frente Oriental del Ejército Rebelde. Allí permaneció hasta que el triunfo de los ideales que tanto había defendido pudo ser realidad.

Después del primero de enero de 1959 las tareas de Vilma se multiplican. Con la fundación de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) —de la que es su eterna presidenta— se dio respuesta a la necesidad de unir las agrupaciones femeninas existentes en una sola organización.

A partir de ahí, la legendaria guerrillera, que también apuesta por el pleno desarrollo de todos los miembros de la familia, asume la responsabilidad de contribuir al progreso de las mujeres, porque sin ellas no podía gestarse un nuevo país.

Impulsa entonces la superación educacional e ideológica de las féminas, para que las amas de casa obtuvieran sus títulos de sexto y noveno grados, e incluso más, para que pudieran ser universitarias.

Bajo su liderazgo, el sexo que hasta entonces había sido relegado fundamentalmente al ámbito doméstico se organiza, participa en el mejoramiento de la vida en barrios marginales, emprende movilizaciones para la construcción de escuelas y hospitales, para la recogida y atención de los niños de la calle, para los cortes de zafra, la defensa del país…

Vilma también alerta sobre la importancia de la perspectiva de género, la cual resultaba imprescindible para dinamitar la cultura pa­triarcal que concedía a hombres y mujeres de­terminados roles en el hogar y la sociedad, solo por su sexo.

Como diputada de la Asamblea Nacional del Poder Popular, alza su voz para contribuir  a derogar leyes y decretos discriminatorios, y aprobar nuevos cuerpos legislativos como la Ley de Maternidad de las Trabajadoras y el Código de Familia.

Es tanta su dedicación, que llega a ser mundialmente reconocida como líder del pensamiento progresista femenino. Y en Cuba, fue distinguida con el título de Heroína de la República y las órdenes Ana Betancourt y Mariana Grajales, otorgadas por el Consejo de Estado.

Cuando la voluntad y las ganas de hacer aún no la habían abandonado, la guerrillera del Segundo Frente muere a sus 77 años, el 18 de junio del 2007. 
Según afirman quienes la conocieron, Vil­ma creía en el poder del amor, la familia, la justicia y la honestidad. Y precisamente esos fueron los preceptos que siguió durante toda su vida y que intentó inculcar a los demás, mientras su cuerpo se lo permitió. Puede que hace ocho años su presencia no nos acompañe físicamente, pero en las fotos, en el recuerdo de todos, y en cada obra donde habita su huella, queda su sonrisa franca.

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