El pasado 15 de marzo, el Arzobispado de La Habana solicitaba a la policía cubana el desalojo de 13 personas que se habían encerrado en la Iglesia de la Caridad, situada en el municipio de Centro Habana.
En un comunicado oficial, la Iglesia cubana afirmaba que el desalojo “duró menos de diez minutos”, que los ocupantes “no ofrecieron resistencia”, que la policía no portaba armas y que las autoridades del país se comprometieron a no procesar a las personas encerradas.
Numerosos medios de comunicación, sin embargo, han preferido cubrir sus informaciones sobre el suceso con las declaraciones de los encerrados, todos pertenecientes al denominado Partido Republicano de Cuba, un grupo con sede central en Miami que apoya –tal como se lee en su página web- el bloqueo económico de EE.UU. contra la Isla. El diario español ABC hablaba en su titular de “violento desalojo”, y centraba su noticia en la versión de Vladimir Calderón, portavoz del grupo. Éste aseguraba que “las fuerzas antimotines de la Seguridad del Estado recurrieron a las `inmovilizaciones´”.
“El párroco abrió las puertas (…) de la Iglesia a la brigada antimotines y nos sacaron brutalmente”, afirmaba otro de los encerrados al diario El Mundo .
Varios medios apoyaban esta versión con el informe de Elizardo Sánchez, otro “disidente” y portavoz de la denominada Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, quien aseguraba que un “comando especial entró como una tromba” en el templo y “aterrorizó” a los opositores con “diversos artilugios y técnicas de coacción física”. Elizardo Sánchez, sin embargo, tal como se recoge en un cable de la agencia EFE, reconocía que “los agentes no golpearon a los disidentes”, pero sostenía, al mismo tiempo, que “fue un desalojo violento y en una atmósfera de terror”.
Por otro lado, en un cable de la agencia norteamericana AP leemos que su corresponsal consultó a varios vecinos del lugar, quienes afirmaron que “la policía llegó al sitio y en pocos minutos se llevaron en autobús a los disidentes, pero sin que se produjeran escenas de violencia”.
En resumen: la policía cubana, desarmada, no golpeó a los ocupantes de la iglesia, pero su actuación en el desalojo fue “brutal” y en una atmósfera de “terror”. Lo más parecido sin duda a un milagro… periodístico.
Dos días después de los hechos, ocurría la ocupación de otro templo, esta vez en la ciudad de Holguín, al este de Cuba. En esta ocasión los supuestos “disidentes” no acusaban de ejercer la violencia a la policía cubana, sino al propio obispo, del que dijeron hizo personalmente “uso de la violencia para evacuar a los opositores”. Esta situación, ya rozando el esperpento, apenas ha sido reflejada por los medios internacionales.
La propia Iglesia cubana ha denunciado, a través de varias notas oficiales, la actuación de estos pequeños grupos de la llamada “disidencia” cubana, que tratan de ganar protagonismo mediático ante la próxima visita del Papa al país. Grupos con una implantación social absolutamente residual que, gracias al protagonismo artificial que les dan los medios extranjeros, han llegado a exigir a la Iglesia cubana y al Papa su apoyo a “la instalación de un gobierno provisional” en el país.
Afectado, al parecer, por este mismo delirio, el redactor en Miami del diario español El Mundo, Rui Ferreira, decía que –tras estas ocupaciones de templos- “algunos se preguntan si no pudiera ser el fin del Gobierno cubano actual” .
En Cuba, los 20 millones de dólares que entrega, cada año, el Gobierno de EE.UU., a decenas de grupos de la llamada “disidencia” cubana, consiguen milagros periodísticos como el de la “brutalidad policial sin armas ni violencia”. Mientras, en tantos países llamados “democráticos”, las intervenciones de la policía para desalojar a personas encerradas o disolver manifestaciones se llevan a cabo –éstas sí- con armas y muchos muchos golpes.
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