Por Carlos G. González Ruiz
El 2 de diciembre de 1956 devino fecha singular: 82 jóvenes
arribaron a las costas del Oriente cubano tras intensas jornadas en una pequeña
embarcación y burlar el mal tiempo, para no cejar en el empeño de ser libres o
mártires, tal y como lo había prometido Fidel Castro Ruz, al frente de los
revolucionarios.
Y llegó el yate Grama con su preciada carga para a partir de
ese momento ser partícipes de históricas batallas ante un ejército superior en
armas y hombres, pero debilitado moralmente, a sabiendas que había llegado la
hora definitiva para liberar a la patria.
Fidel, Raúl, Camilo, el Che, todos hasta completar los 82,
estaban dispuestos a dar hasta su propia vida por Cuba, por lo que pusieron
bien en alto su rebeldía y desprendimiento desde los primeros momentos del
desembarco por Las Coloradas, sitio oriental que los acogió para desde allí
emprender la marcha hacia el futuro.
Ellos fueron los primeros en integrar el incipiente Ejército
Rebelde, los que con sus brazaletes rojinegros enrumbaron por las montañas para
luego atravesar diversos paisajes de la geografía cubana hasta llegar al
Occidente de la Isla
con su Revolución victoriosa.
Algunos quedaron en el camino, donde la muerte los sorprendió, pero la carga preciada del Granma cimentó la
patria, ejemplificó lo que debía ser cubanía, apego a la tierra que los vio
nacer, entrega y pasión.
A 56 años de aquel histórico desembarco, los cubanos
recuerdan con gratitud y respeto a quienes miraron de qué lado estaba el deber
y forjaron la firme decisión de vencer, convencidos que la Revolución triunfaría
con el concurso de todos y para el bien de todos, como forma enaltecida de
coraje, voluntad y desprendimiento sin límites.
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